Ilustración de Cristina Amber Moore |
Todos somos lobos con piel de
cordero, nos han hecho creer que formamos parte de un rebaño, y no de una
camada, nos han hecho creer que quitarse la piel de cordero y mostrarse tal
como somos es de mala educación, peligroso, incluso grotesco. Han querido eliminar
nuestra identidad imponiendo un uniforme para parecer inofensivos, para
hacernos creer que queremos pasto y redil, cuando en realidad necesitamos monte
y libertad.
También nos han enseñado a odiar a los lobos, a negar su bondad, su
gran compañerismo, su capacidad de cooperación y su fuerza interior,
convirtiendo su imagen en un símbolo de fiereza y salvajismo, de bestia
indomable y asesina, de sucia alimaña. Cuanto más lobo, menos respetable, menos
fiable, menos prudente. Cuanto más cordero, más amado, más dócil y servicial, más
fácil de dominar.
Ir contra la opinión generalizada es peligroso, nadie te da
la mano, todos miran hacia donde el resto mira, hacia el redil. Mirar hacia
fuera y hablar de ello está penado socialmente, ya no por los granjeros, sino
por los compañeros, por todos. Todos pensarán que eres un radical, un
extremista o un chiflado. Nadie te dará crédito, porque aunque tengas razón, no
está socialmente aceptado, la opinión válida es otra, la opción correcta es la
que todos creen. Cuestionar lo que todos creen es una tontería, algo que merece
ser condenado al ostracismo, a la burla, al descrédito.
Nadie quiere ser
diferente, porque eso significa estar solo. Y como buenos lobos que somos,
necesitamos de la manada, del calor del grupo. Pero nos hacen creer que debemos
ser egoístas y sólo pensar en nosotros, contraponiendo los instintos, los
sentimientos naturales de unión al prójimo. Usan nuestra fortaleza como una
debilidad, como el mecanismo de resorte para tenernos atados a la norma establecida,
al pasto y al redil. Transforman el sentimiento de pertenencia en algo oscuro y
macabro para dominar nuestros impulsos y dirigirlos donde convenga; más redil.
Nos hacen creer que no podríamos alimentarnos por nosotros mismos, nos
convierten en cierta manera, en inútiles que no saben desarrollar sus propias
formas de cazar (de buscarnos la vida), y nos mantienen asalariados para ganarnos el pan; el pasto.
También nos limitan su adquisición, cuando debería ser un derecho universal,
pero en lugar de esto, lo convierten en un macabro sistema industrial que
genera ingentes cantidades de objetos y alimentos que no sirven más que para
enfermarnos y mantenernos más sometidos, anestesiados.
Más pasto.Más redil.
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