domingo, 11 de julio de 2010

Polvo enamorado


Desde aquí puedo ver como avanza la sombra sobre los tejados de la ciudad. Mi corazón dolorido no diluye la sensación de haber perdido el tiempo, aunque no se pueda poseer, y mi conciencia anuncia a gritos su plasticidad, inalterable.  Cuando la vida es lenta se padece de hastío, en cambio, lo bueno se disfruta brevemente. Lo más curioso es que el recuerdo profana el pasado, mitificando o condenándolo, convirtiendo la experiencia en filtros defectuosos de la realidad que la mayoría de veces nos perjudica el juicio. En realidad lo único que podemos percibir con seguridad, con plena conciencia es el presente, si es que se tiene la suerte de ser consciente de uno mismo, de donde se está y quien se es.  Y en estos pensamientos me detengo, porque creemos sabernos conscientes de nosotros mismos,  creemos conocernos y saber dónde estamos, pero siempre luchamos en nuestro interior contra los demonios que nos impulsan y los ángeles censuradores, sin prestar mucha atención a la escasa intuición que nos quede, enfrentando nuestro raciocinio y nuestros sentimientos, ambos incontrolables, como caballos desbocados.
El sol nos ha abandonado, al menos hasta mañana. Su potente luz se percibe débilmente a esta hora, con la ciudad en las sombras y las nubes rosas como algodón de azúcar, contrastadas con el azul celeste. En la tierra, otras luces anuncian la oscuridad inminente, y poco a poco, las farolas encienden su contaminante y sucia bombilla amarillenta, que alumbra la calle como un burdo escenario, sin contemplaciones, insolente. Las estrellas permanecerán en su puesto, invisibles bajo la luz artificial, mientras en otro lugar, lejos, brillarán sobre las tiernas cabezas de enamorados que las contemplen con deseos de felicidad, con las manos calientes y con las pupilas dilatadas. Simplemente son personas que aman. Todos en algún momento hemos amado, hemos sido uno de ellos, de los afortunados que por un período de tiempo, ha sentido la necesidad de dar lo mejor de sí mismo y ha sido capaz de recibir lo que están dispuestos a dar por nosotros. Todavía no conozco a nadie que haya experimentado esa intensidad febril que proporciona el enamoramiento eternamente, o al menos hasta su muerte, excepto Quevedo, que se convirtió en polvo enamorado. Aunque no tuve la suerte de conocerle, sé que solo es una metáfora, una idea sublime pero efímera porque no se corresponde con la realidad, o al menos, con la mía. Puede ser que haya realidades paralelas, que existan en universos paralelos o simplemente en nuestras mentes, que recrean situaciones futuras y pasadas de una forma torpe e inexacta, la mayoría de las veces totalmente distinta. Y, ¿para qué tanta energía gastada en un imaginario absurdo? ¿Qué nos satisface tanto de una operación tan fútil? Sin embargo nos complace realizar cálculos sobre el caos, buscando respuestas a las preguntas erróneas, mirando en los sitios equivocados, extrayendo conclusiones inútiles, desvaríos de un pobre loco atormentado por su peor enemigo, él mismo.
Y yo misma he sido mi peor enemiga y cuantas veces más lo seré… es todo un enigma digno de un filósofo de la vida, un héroe de la cotidianidad, del peso de uno mismo ante el espejo. Aunque no es el único peso que nos atormenta, pues el lastre que nos deja la sociedad que nos rodea no es para menos. Las huellas que nos marcan para siempre, las cicatrices de las heridas más dulces del amor, del desamor, del encanto y del desencanto de los que nos rodearon en algún momento con sus brazos perecederos, como los nuestros, como los míos.
Ahora pienso que los sentimientos no lo son, no mueren, se transforman. Mañana pensaré que son una forma de tortura que te eleva al cielo o te hunde en la más absoluta miseria, martirizando tu alma sin entender porqué se siente esto o aquello, o con una idea imprecisa de lo que representan en realidad, descontrolados, descontrolándote definitivamente. Y cuando piensas que ya no puedes más, que el fin está cerca, sale el sol al día siguiente, y al otro y la vida te obliga a continuar, acostumbrándote a la inestabilidad interior, a la incertidumbre exterior, sin saber prácticamente nada ni de los demás ni de uno mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario