sábado, 22 de octubre de 2016

El coleccionista de amantes

Él, hombre de éxito entre las mujeres, que camina con la cabeza bien alta, un semental de pies a cabeza. Él, que presume entre sus amigotes de tirarse a ésta y a la otra, de haberle regalado la oreja con palabras de miel y esperanza, con halagos y cariños que ha repetido una mil veces a tantas y tantas mujeres que cayeron en sus zarpas, las que toqueteaban cuerpos ingenuos y no tan ingenuos, las mismas zarpas de animal primitivo que busca con ansias esparcir su semen baldío, su intimidad corrompida y desvirtuada por el ansia de coleccionar amantes de usar y tirar. 

Porque nunca se acaban sus ansias de depredador, sus ojos siempre alerta ante cualquier posible presa. Y cuando le echa el ojo a una, ya no hay quien le pare los pies. Y cuando consigue por fin su ansiado trofeo, un éxtasis irrefrenable le impulsa a las mismas historias de siempre: las palabras de miel y esperanza, halagos y cariños ajados, en fin, lo de siempre. Pero casi al instante en el que la presa por fin deja de revolverse entre sus zarpas, pierde interés, y la victoria no es tan dulce como había imaginado. Y casi se asquea, como cuando te emborrachas brutalmente de tequila una noche y ya nunca más puedes volver ni a oler el tequila sin que se te revuelvan las tripas. Es como un asco visceral. 

Cambiar a unas personas por otras como si se cambiase de ropa, con la naturalidad con que lo hace cada mañana, cuando sale de la ducha, intentando quitar la roña del día anterior, sustituyendo la fragancia natural por el perfume sucedáneo del falso éxito social, de lo voluble, lo maleable, tan sintético y falso como lo que esté de moda. Porque el éxito no está en el exterior, no se reconoce, no lo otorgan los demás, como dicen. El verdadero éxito se vive en soledad, ya que está en el interior, en la verdad privada. Cada uno sabe de la verdad de sus fracasos y sus logros, aunque se pretenda mirar hacia otro lado.

Y lo único en lo que puede pensar el coleccionista de amantes en una jornada de fracaso, es que ha perdido por completo el anhelo de encontrar por fin a alguien que no le acabe revolviendo las tripas, alguien con el que disfrutar algo real, aunque desgraciadamente no tenga ni puta idea de qué diferencia hay entre la realidad que él vive y lo real. Solo siente el ansia de la depredación, totalmente desconectado de sus sentimientos, de su espiritualidad, de su humanidad, solo la parte instintiva le domina, le domina el pene, y tiene tanta testosterona que se pone casi agresivo y se mata a pajas para consolarse de su fracaso, el aroma del fracaso que le persigue cada mañana, cada día que se perfuma para salir de caza. Otro día echado a perder entre la multitud y la soledad, porque no hay soledad más profunda que la que se siente cuando se está rodeado de gente.

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