martes, 7 de junio de 2011

Espíritu vacuo

Esta mañana vi a una mujer asomarse por una ventana minúscula en la fachada de una vieja casa, delante de la carretera nacional, frente al mar y a la vía del tren. Talmente, parecía que la casa la engullía, parecía que su cuerpo orondo y cel·lulítico rebosaba por las aberturas de unas fauces de obra vista. Con casi medio cuerpo fuera, miraba con suma atención la actividad frenética de primera hora de la mañana, cuando todo el mundo va a trabajar como zombis en sus coches, motos y furgonetas, o en los transportes públicos abarrotados, queriendo parecer útiles en una sociedad abocada al fracaso.

Yo misma, sin ir más lejos, con escasas posibilidades de éxito, intento sobrevivir a un trabajo tedioso de lunes a viernes, sin una profesión concreta y sin estudios ¿Qué he estado haciendo todo este tiempo? Aprender de la escuela de la vida, aunque parece que esto ya no es suficiente para sobrevivir. Ni siquiera teniendo estudios o una profesión está garantizado el éxito. Entonces, ¿qué hay que tener para alcanzar el éxito? Es todo un misterio, al menos para mí.

Un sonido estridente detiene mis cavilaciones para hacerme saber que el tren en el que viajo sufre una avería, así que de nuevo llegaré tarde a trabajar, a riesgo de que me despidan. Es terrible, se sufre una presión indescriptible, por cualquier cosa te echan a la calle. Con el índice de paro que hay en este país tener trabajo es un milagro, perderlo, de lo peor que te puede pasar. Así me siento, como el tren, mi vida sufre una avería.

Eso es muy triste sobre la vida que llevamos los europeos en general. Somos “modernos”, “avanzados”, pero somos esclavos de la sociedad consumista, si no estamos produciendo estamos consumiendo, no hay término medio. A demás, la soledad es un mal común. Todos llevamos ese peso dentro, como un yunque de incomprensión que nos aboca a la más profunda de las soledades, austera y sin contemplaciones, porque no podemos mostrarnos tal y como somos, porque sería de muy mal gusto y nadie nos iba a comprender igualmente.

Por eso hay gente desesperada que trata en vano de ver un resquicio de esperanza en el hecho de formar parte de algún grupo, algo que le vincule a los demás, algo que le haga creer que está dentro del canon, de lo establecido, de lo normal y corriente, creyendo a su vez ser excepcionales, aunque no sean más que marionetas controladas por la publicidad, vanidosos, carentes de espiritualidad, sin un pensamiento filosófico que alimente su alma. Simplemente no piensan en aquello que consideran que no es productivo, no esté de moda o no se trate de la idea pre-establecida por un estamento invisible que nos gobierna sin piedad: el capitalismo exacerbado y cruel, deshumanizado, lleno de podredumbre codiciosa. ¿De qué sirve acumular bienes materiales si al final de la vida uno muere vacuo de espíritu?

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